viernes, 15 de mayo de 2015

El guarda de Seguridad - Capítulo I (Prólogo)

En una cálida mañana de verano, Josh se acercaba de forma nerviosa hacia un edificio grande y acomodado con pancartas de todos los estilos. Él era un chico de 26 años que empezaba a trabajar en el museo de arte de Liberia como guarda de seguridad diurno. Las piernas le temblaban y el pulso se le aceleraba en el pecho conforme avanzaba hacia la puerta. Su pelo castaño se le arremolinaba debido a la brisa que se había levantado poco antes de él llegar. El polvo levantado del suelo empezaba a entrar en sus ojos y le impedía ver bien con claridad. Sin embargo, pudo distinguir una frase:

Nueva exposición de arte grecorromano a partir del 11 de enero

Nombraba la pancarta situada en el centro de la fachada. Dos días antes de su incorporación. No sabía nada de arte, no sabía nada de seguridad. Josh había aceptado el trabajo por necesidad,  pues no encontraba empleo de lo que había estudiado: ingeniería.

Abrió la puerta y se encontró con una gran sala que daba a otras provistas de estatuas, columnas y cuadros de todas las formas. Se acercó al mostrador y preguntó a una mujer joven de pelo rizado por el directo para empezar cuanto antes.

- Le atenderá en unos minutos -dijo después de realizar una llamada-. Puede sentarse en uno de los bancos que están tras usted. Por cierto, soy Emily -se presentó tras una sonrisa.

- Gracias. Yo Josh. Por cierto, ¿es muy complicado esto de estar en el museo? -preguntó tras una breve pausa.

- ¿A qué te refieres?

- Verás, no tengo conocimientos sobre arte y ni siquiera sabría distinguir de qué época son unos cuadros u otros. Por no hablar de los artistas.

Emily se rió. - No te preocupes, imagino que tendrás el tiempo suficiente al día como para pasearte por cada una de las salas y familiarizarte con las obras.

Al cabo de cinco minutos llegó el director para entregarle el uniforme. Caminó hacia un cuarto pequeño y se cambió de ropa allí. Al salir, el interior del edificio se veía diferente, no entendía qué estaba ocurriendo, porque apenas habían pasado 10 minutos. Pero era él el que estaba empezando a cambiar, aunque no se percataría de eso hasta tiempo después.

Empezó a caminar por una sala y no vio más que columnas y algunas estatuas. No las entendía, no sabía cómo se llamaban, pero, sin embargo, sentía que podían decir algo, contar una historia.

Siguió caminando y observó que había un hombre sentado en un banco admirando un cuadro y llevaba ahí más de diez minutos. Se acercó a él, pero cuando quiso preguntarle si iba todo bien, se dio cuenta de una cosa: era invidente.

1 comentario:

  1. Hola! Es un comienzo interesate, y el hombre ciego que mira los cuadros ya hizo que me picara la curiosidad.

    Voy a estar pendiente de las continuaciones, saludos!

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