Mientras estoy asomado a la terraza, una pareja pasa agarrada de las
manos y balancean esa unión como si de ello dependiera su felicidad; un
caballero, con apariencia de jubilado, avanza con gran velocidad en un intento
de recuperar algo que ha perdido u olvidado; un joven corre, calle a través,
con una equipación que podría reflectar todo un estadio de fútbol, y se hace
fotos cada pocos metros para, por lo que creo, realizar un seguimiento de su
travesía, aunque no entiendo en qué le beneficia pararse cada varios pasos; por
otra parte, un hombre parece que sigue a una mujer con mucha prisa, cada vez
está más cerca, la observa con detenimiento, más cerca, más aún, se choca con
ella, se gira, se disculpan ambos y sigue su camino; un coche pasa acelerando, pero
se ve obligado a reducir la marcha porque no todos los conductores se han
puesto de acuerdo para poner en riesgo sus vehículos, sus vidas y la de
cualquier otro conductor; una mujer en bata vuelve de comprar el pan y, al
parecer, la tienda de comestibles, regentada por un asiático al que siempre
llaman "chino", es su segunda casa aunque no pase allí más de cinco
minutos al día; un motorista conduce por la vía de tránsito para peatones, esto
es, la acera, sin que parezca importarle porque esquiva a los caminantes y gana
mucho tiempo si no tiene que esperar toda la fila de coches que se está creando
por culpa de un semáforo que ha decidido que debía cambiar su vestimenta a un
color más provocativo, como es el rojo; un hombre trajeado regresa con aires de
superioridad a su hogar, creo, sin recordar que acaba de salir de la estación
de metro, quizá tenga su descapotable en el mecánico; a una pobre anciana no le
dejan cruzar al otro lado de la calle porque los vehículos caminan demasiado
rápido para ella, ahí viene un joven,esperemos que a ayudar a esta pobre mujer,
pero no, es otro conductor que se ha percatado que hay que sacar a pasear a su
coche, algo que provoca las impaciencias del resto de ciudadanos que van al
volante y que se están peleando por ver quién es vencedor de tan amado trofeo;
y, por fin, ahí está nuestro querido anciano, ya mucho más tranquilo y con un
niño agarrado de la mano, quien está disfrutando de un maravilloso obsequio
otorgado por su abuelo: una piruleta.
Dejad que vuestra imaginación vuele libre.
Deivid León.